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Bogastronomy

Al agua patos, una propuesta diferente


 

Bogotá es conocida por su gran variedad gastronómica, en donde se puede encontrar desde una sopa trifásica hasta el más suculento y costoso plato.Todo dependiendo del poder adquisitivo que tenga el comensal pues, desde la última esquina del sur de la ciudad hasta donde se acaba Bogotá el norte se pueden encontrar diferentes platos para darle gusto al paladar. Al agua patos, es uno de esos restaurantes: ofrece una gran variedad gastronómica para cualquier persona que esté en las inmediaciones de este.
 
Al llegar al lugar, ubicado en la calle 93 con carrera 11a, se puede observar como un pato dibujado invita a comer. En realidad esta decoración, aunque parezca infantil, está muy bien pensada pues, según el administrador Nicolás Palacios, se quiere invitar a que “la familia pase un momento agradable, que olviden todo el estrés y se enfoquen en los patos que ofrecemos”. Al entrar se observa un decorado con un toque hipster y se puede comparar con aquellos cafés parisinos expuestos en las películas. Una luz blanca acompaña al lugar, la decoración floral y blanca dan una sensación de tranquilidad al entrar.
 
La primera persona que se observa es un joven mesero, el cual desde que se pone el primer pie en el establecimiento invita, muy cordialmente a sentarse en cualquier mesa. Este mesero pasa los diferentes menús que ofrece el lugar y espera pacientemente a tomar la orden. Algo que se tiene que rescatar de este lugar es la atención pues no es un sobrecogimiento abrumador pero no se deja al cliente solo. Un detalle particular es que la mayoría de meseros son hombres jóvenes,  los cuales están vestidos con un uniforme azul pastel que ayuda con la armonía del lugar.
 
El menú, que tampoco rompe con ese ritmo pacífico, invita a verlo con detalle pues entre nombres raros y platos extraños se puede encontrar la comida perfecta. Al parecer este lugar se preocupa por la exageración de sabores y olores. Se puede encontrar desde un roast beef hasta una pasta bolognesa con una característica especial: todos los platos tienen como nombre pato o patito, dependiendo del tamaño del plato. Al pedir, el mesero enciende una vela artificial y la deja sobre la mesa. Esos simples detalles hacen que este lugar tenga que ser obligatorio a cualquier transeúnte de este sector capitalino.
 
“La preparación del plato se hace pensando en la persona que nos acompaña, todo está perfectamente seleccionado para que se pueda compartir un momento agradable” expresa el administrador del lugar, algo que está acompañado de palabras sinceras aunque con un poco de recelo pues, piensa que cualquier persona se puede robar las ideas de este restaurante. Lo más importante es que mientras se degusta cualquier pato se ve que, todos los patos o patitos, vienen acompañados de una tajada de pan frita. Algo que no es de buen gusto es que los patos son medianamente grandes y los patitos son pequeños y que vienen muy condimentados, aunque ese toque también le da cierta singularidad al lugar.
 
Las bebidas y los postres de este lugar son ricos en sabores pero con una sobreexposición de azúcar en ellas. Claro está que se puede ir al lugar a degustar solamente de un buen pato fondue o de una malteada de chocolate y leche, pero es recomendable hacerse un chequeo de la diabetes antes y después de ir pues el sabor a dulce queda impregnado hasta en la ropa. Un lado bueno de los postres y las bebidas es que también se pueden degustar a los patos o patitos, todo depende del gusto de la persona.

Sin lugar a dudas, este sitio es un agradable lugar para ir a disfrutar en buena compañía. Los precios varían entre 12.500 hasta 29.000 más el servicio, el cual debería ser obligatorio porque si algo se destaca este lugar es en la atención. Además, está muy bien ubicado y es fácil de encontrar. En realidad, es delicioso comerse un pato salado y pasar a uno de agua dulce en un mismo lugar.

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